DECLARACIÓN DE INTENCIONES

Hicimos la guerra como si volviésemos del amor.
O algo así.
No me lo tengas mucho en cuenta
porque vengo puesta hasta las pestañas de rabia
y no me sale otra cosa que no sea pensar en ti,
en como ibas por los bares anunciando trueques de ebriedad por primaveras
y en la manera que tenías de hacerle sombra hasta el mismísimo sol.
Y aquí sigo,
bebiendo alcohol barato,
escribiendo versos que no valen una puta mierda
y pensando en tu culo.
Menudo planazo.

París volvió y me pidió que dejaras de hacerle la jodida competencia a todos sus jardines.
Porque solo los tontos se quedan mirando a la Torre Eiffel cuando tú pasas por debajo
y me estoy dando cuenta de que son los monumentos los que posan contigo en las fotos
y no al revés.
Que he visto salpicar de alegría a charcos llenos de agua cuando tú pasabas por encima de ellos
y autopistas abarrotadas que se reducían a calles estrechas cuando tú y tus caderas liderábais la marcha.
Que también he conocido a algún que otro poeta que escribía acerca del suicidio y la cuerda de lunares tan bien alineados que tenías en la espalda
y a músicos reinventando el concepto de pentagrama para que cupiese en tus clavículas.

Y la diferencia entre todos ellos y yo
es que yo,
a parte de mirarte,
también te veo,
y mira que he subido a torres bien altas.
Pero tú tienes las mejores vistas de todas
y un vértigo precioso
capaz de transformar en equilibrista de barandillas a un gato que ya ha gastado seis de las siete vidas con las que contaba.
Se acabaron los días de perros,
que nos pongan dos cervezas y un cuenco de cristal lleno de ilusiones;
que hoy París corre a cuenta mía.